domingo, 15 de abril de 2018

El ánfora

Ahí está. Erguida y orgullosa sobre el archivador de persiana. Como una escultura majestuosa que en otros tiempos brillara como el bronce que era.
Ahora, una pátina negruzca de experiencias vividas la mantiene igualmente bella, aún sin brillo.
Cada cierto tiempo la pulo. No con la intención de recuperar su lustre, sino por higiene, para evitar molestas telarañas.
Y cada vez que lo hago, repaso las abolladuras, imaginando cómo surgieron las cicatrices.
En el interior siempre aparecen pizcas desmoronadas de esa ánfora paquistaní, donde seguro muchas bocas saciaron su sed.

                                   Natacha Marlo

 Gracias a mi niño
por este regalo tan especial.