miércoles, 23 de mayo de 2018

Viaje a Siria





A diez minutos de casa llegué a Siria.

   La gigantesca escultura de barro en el interior de la nave, derrama las lágrimas vertidas por su autor. Tanto sufrimiento acumulado por todo un pueblo masacrado, huérfano de tantos seres perdidos. Por la obra destruida de toda una vida.

   Los largos brazos de Assem me rodean una y otra vez con ternura, traspasándome sus vivencias, su dolor infinito, su amor por la vida, por sus congéneres.

   Otro compatriota, también exiliado, se nos une con amplia sonrisa y aunque algo más reservado, con la misma dosis de cariño. Ahora es un actor reconocido, pero la mochila es idéntica.

   Entre charla y pitillos me introduce en un mundo que siento muy cercano. Los bombardeos, las ejecuciones, la rabia contenida…

   La luz es mágica, la gran nave iluminada tan solo por el haz que deja pasar la puertezuela del portón metálico. Lo alumbran a él, a Assem, a sus intensos ojos azules, a su piel curtida, a su cano y alborotado cabello, a su humildad a pesar del reconocimiento internacional como escultor. Débilmente llega el fulgor a la majestuosa escultura ciega que nos protege la espalda.

   Todo se ensombrece. La puerta queda bloqueada por otro compatriota más.

   Le acaban de comunicar que su hermano, aquel que era militar y encarcelaron hace años por negarse a acribillar a la población, aquel que ni su padre apenas reconoció en la única visita que le permitieron hace poco, aquel que ya solo era piel y hueso, aquel… lo acababan de fusilar.

   No hay cuerpo al que llorar. Ni al que depositar en lugar digno. Ni siquiera, la posibilidad de velar en familia, bajo previa y estricta prohibición.

   Durante dos horas el hermano se ahoga en llanto. Todos enmudecidos. No hay palabras para el consuelo ante tanto daño, ante tanta injusticia, ante tanta rabia…

   Me desgarra, trago las lágrimas observando esos dos mil kilos de barro vivo que pronto se fundirán en bronce y viajarán para asentarse en París, exiliados. A la espera de que algún día puedan descansar donde siempre debió estar, en Alepo.

   En casa de Assem, un amplio pasillo a rebosar de esculturas de metal, piedra y bronce, gritan la atroz barbarie que cada día sigue ocurriendo sin que el mundo la pare…

Gracias a Assem Al Bacha 
por ser un enorme humano.

                                                                         Natacha Marlo



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