A diez minutos de casa llegué
a Siria.
La gigantesca escultura de barro en el
interior de la nave, derrama las lágrimas vertidas por su autor. Tanto
sufrimiento acumulado por todo un pueblo masacrado, huérfano de tantos seres
perdidos. Por la obra destruida de toda una vida.
Los largos brazos de Assem me rodean una y
otra vez con ternura, traspasándome sus vivencias, su dolor infinito, su amor
por la vida, por sus congéneres.
Otro compatriota, también exiliado, se nos
une con amplia sonrisa y aunque algo más reservado, con la misma dosis de
cariño. Ahora es un actor reconocido, pero la mochila es idéntica.
Entre charla y pitillos me introduce en un
mundo que siento muy cercano. Los bombardeos, las ejecuciones, la rabia
contenida…
La luz es mágica, la gran nave iluminada tan
solo por el haz que deja pasar la puertezuela del portón metálico. Lo alumbran
a él, a Assem, a sus intensos ojos azules, a su piel curtida, a su cano y
alborotado cabello, a su humildad a pesar del reconocimiento internacional como
escultor. Débilmente llega el fulgor a la majestuosa escultura ciega que nos
protege la espalda.
Todo se ensombrece. La puerta queda
bloqueada por otro compatriota más.
Le acaban de comunicar que su hermano, aquel
que era militar y encarcelaron hace años por negarse a acribillar a la
población, aquel que ni su padre apenas reconoció en la única visita que le
permitieron hace poco, aquel que ya solo era piel y hueso, aquel… lo acababan
de fusilar.
No hay cuerpo al que llorar. Ni al que
depositar en lugar digno. Ni siquiera, la posibilidad de velar en familia, bajo
previa y estricta prohibición.
Durante dos horas el hermano se ahoga en
llanto. Todos enmudecidos. No hay palabras para el consuelo ante tanto daño, ante
tanta injusticia, ante tanta rabia…
Me desgarra, trago las lágrimas observando
esos dos mil kilos de barro vivo que pronto se fundirán en bronce y viajarán
para asentarse en París, exiliados. A la espera de que algún día puedan
descansar donde siempre debió estar, en Alepo.
En casa de Assem, un amplio pasillo a
rebosar de esculturas de metal, piedra y bronce, gritan la atroz barbarie que
cada día sigue ocurriendo sin que el mundo la pare…
Gracias a Assem Al Bacha
por ser un enorme humano.
Natacha Marlo